Amanece un nuevo día en el pueblo de Kabgayi, situado al oeste de Ruanda, cerca del lago Kivu. Los lugareños ya están ocupados con sus primeras tareas del día. Por las cunetas de la carretera transitan mujeres cargadas con cestos sobre sus cabezas, hombres que arrastran bicicletas que cargan con todo tipo de enseres, se ven niños y niñas uniformados, con sus mochilas camino del colegio. Las moto-taxis zumban alrededor y los minibuses acercan a sus ocupantes a los pueblos más próximos.
El equipo de voluntarios emprendemos a primera hora el camino hacia la Cité des Jeunes de Nazareth, el centro educativo en el que desarrollamos la misión. Está a unos tres kilómetros de distancia y nos permite ver como las mujeres ruandesas cultivan los campos, barren las calles o se afanan en sus tareas domésticas. Salen a nuestro encuentro niños que nos piden sonriendo un “bombón”.
A las puertas de la Cité ya nos esperan los más pequeños, deseando ser uno de los que se agarre a una de las manos de los voluntarios para acompañarnos hasta el edificio que alberga las dependencias de voluntarios. Por el camino las primeras canciones, los primeros juegos, con las sonrisas siempre prendidas en el rostro.
Por la mañana nos afanamos con las cartas que los niños y niñas de la Cité escriben a sus padrinos y madrinas. Les enseñamos canciones, jugamos al pañuelito o les proponemos modelos para dibujar. ¡Enséñanos las fotos del móvil!, me pide Kevine. En un minuto tengo a quince niños pendientes de las imágenes de mi ciudad, de monumentos que he visitado, de paisajes, familia, amigos. Les pongo música. No paran de preguntar. Es el mundo fuera de la Cité, muy lejos de Ruanda, fuera de su alcance.
Por la tarde mantenemos en una clase una charla con los chicos y chicas más mayores del centro. A sus 15 o 15 años les interesa conocer cosas de nuestras vidas y países de procedencia, sobre nuestras familias y sobre nuestras profesiones y trabajos. Les preocupa su futuro inmediato, ya que termina su vida en la Cité y les gustaría seguir estudiando. Su sueño es llegar a ser médicos, enfermeras, abogadas o ingenieros para estudiar en la universidad y poder tener un trabajo con el que ayudar al desarrollo de Ruanda.
La celebración diaria de la Eucaristía culmina nuestra jornada en la Cité. Una iglesia con planta en forma de corazón nos acoge para dar gracias a Dios por todas las vivencias del día. Las oraciones, los cánticos y las danzas se elevan al cielo de Ruanda glorificando a Jesús resucitado que nos ama como un solo Padre a todos los voluntarios y habitantes de la Cité des Jeunes de Nazareth.
Jorge y Manuela